sábado, 28 de marzo de 2009

Fragmento 3°





Sentado en la camioneta, pensaba a donde ir: a la playa, al campo, la montaña, la selva, el sur, el norte. ¿Ese pueblito alejado que nadie conoce o a esa isla tan hermosa? Prefirió ver las estrellas primero y por eso supo hacia donde manejar.

Alguien le había dicho que existe un lugar donde la tierra solo se encuentra con el cielo; que de día los girasoles veneran al sol y que por las noches solo los grillos cantan a la luna. Ahí iba él, a conocer esos girasoles, y a componer melodías nocturnas.

Manejaba y descansaba a su antojo. Pasó frío, hambre, calor y agotamiento. Tampoco estaba muy seguro donde era que tenía que parar. Pero no necesitó ningún tipo de mapa o señal concreta. Fue muy fácil darse cuenta cuando había llegado. Fue como traspasar una barrera invisible, donde los aromas del pasto húmedo y del camino se hacían más notables; la luna, más brillante; los sonidos, más claros. Lo único que tuvo que hacer fue abrir la puerta, poner los pies en el suelo y ahí estaban. Era todo verdad. Todo lo que había escuchado era cierto. Nunca las sintió tan compañeras como esa noche. Pasó dos oscuridades más escuchando melodías hasta que el miedo y las ganas de moverse volvieron a su cuerpo y lo obligaron a decidir su próximo destino.

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