No sé como relatar, como hablar de estos hermanos. el más grande no pasaba de los 13 años, se notaba en sus manos aniñadas y regordetas, en sus rulos revueltos, en su cara de cansancio. El menor tenía seguro diez: lo delataba su peinadito bien clásico y su cara de inocencia. Iban los dos sentados, lado a lado en el colectivo, enfrentándome a mí y a una señora- también un poco particular. Con toda mi imaginación decido llamarlos Pedro y Facundo respectivamente aunque luego descubro que el pequeño es en realidad, Nicolás.
Iban cargados con una bolsa cada uno. Porque iban solos, no lo sé. Porque a esa hora, tan tarde y solos, no lo sé. Tampoco me acuerdo bien donde bajaron. Lo que si recuerdo, son sus caras y expresiones; ese pequeño juego fraternal que tan bien conozco, comentarios desafiantes por lo bajo y actitudes casi insolente ante una autoridad impuesta quizás, tan solo por la edad.
Con unos pocos minutos, donde nuestras vidas trivialmente se cruzan, me hacen pensar en mi
propia hermana y lo mucho que se parecen a nosotras a esa edad. Estos recuerdos son tan particulares y propios como generales y compartidos, con otros que a su vez tengan hermanos: momentos que en la niñez pasan sin ser registrados pero luego, el mismísimo tiempo se encarga de glorificar.
No pretendo hacer este relato mío, esto se trata de dos hermanos, que una noche volviendo a casa en colectivo, llamaron mi atención. Dos hermanos que por unos minutos hicieron mi viaje más corto, mi infancia más cercana y mi curiosidad más grande. La vida sigue, pero a veces con tan solo otra mirada las cosas mas insignificantes y comunes de la vida, se vuelven simplemente fuera de lo común.
La infancia es eso que perdimos por debajo de la cama, entre las cajas llenas de los sueñitos de ayer.
ResponderEliminarSaluditos.